Isabel Muñoz ha sabido liberar al tango, al flamenco, a la danza oriental de las anécdotas y exotismos que constituyen el fondo comercial fundamental de tantos editores de tarjetas postales y del conjunto de responsables de las oficinas de turismo. En blanco y negro, de Buenos Aires a El Cairo y de Estambul a Sevilla, pasando por Phon Penh, Isabel Muñoz ha mirado a las parejas que bailaban, juntándose, soltándose, evocando el acto amoroso, rechazándolo y transformándolo en danza, en tensión. Ha sabido mostrar lo que hay de exacerbación del deseo y de sociabilidad de la representación en esos desafíos físicos, en esos besos esbozados y nunca dados, en esos abrazos frustrados hasta no poder más, en esas manos varoniles aferradas a un muslo, en esos talles arqueados que nunca llegan a acoplarse, en esas epidermis que se rozan una y otra vez, siempre para repudiarse. Ella ha sabido encuadrar magníficamente, cercenar en los cuerpos, imponer unos decorados cargados de historia y habitarlos de movimientos, evocar y sugerir más que mostrar. Es una fotógrafa que adora sus imágenes; pero adora, tanto como sus imágenes, los momentos en que las toma y adora a las personas, en este caso los bailarines y las bailarinas, con las que trabaja, a fin de que participen en la formación de su mundo personal. Isabel Muñoz adora la danza, adora a los bailarines y adora la fotografía. Y porque somos demasiado crédulos, porque la fotografía significa para nosotros una forma de verdad, ella hace como si nos estuviera hablando del baile, hace como si fuera una mediadora entre nosotros y el baile.

ISABEL MUÑOZ - 3RA EDIC

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Isabel Muñoz ha sabido liberar al tango, al flamenco, a la danza oriental de las anécdotas y exotismos que constituyen el fondo comercial fundamental de tantos editores de tarjetas postales y del conjunto de responsables de las oficinas de turismo. En blanco y negro, de Buenos Aires a El Cairo y de Estambul a Sevilla, pasando por Phon Penh, Isabel Muñoz ha mirado a las parejas que bailaban, juntándose, soltándose, evocando el acto amoroso, rechazándolo y transformándolo en danza, en tensión. Ha sabido mostrar lo que hay de exacerbación del deseo y de sociabilidad de la representación en esos desafíos físicos, en esos besos esbozados y nunca dados, en esos abrazos frustrados hasta no poder más, en esas manos varoniles aferradas a un muslo, en esos talles arqueados que nunca llegan a acoplarse, en esas epidermis que se rozan una y otra vez, siempre para repudiarse. Ella ha sabido encuadrar magníficamente, cercenar en los cuerpos, imponer unos decorados cargados de historia y habitarlos de movimientos, evocar y sugerir más que mostrar. Es una fotógrafa que adora sus imágenes; pero adora, tanto como sus imágenes, los momentos en que las toma y adora a las personas, en este caso los bailarines y las bailarinas, con las que trabaja, a fin de que participen en la formación de su mundo personal. Isabel Muñoz adora la danza, adora a los bailarines y adora la fotografía. Y porque somos demasiado crédulos, porque la fotografía significa para nosotros una forma de verdad, ella hace como si nos estuviera hablando del baile, hace como si fuera una mediadora entre nosotros y el baile.